Yoryi Morel: Maestro de la Pintura Dominicana
Jorge Octavio Morel, también conocido como Yoryi, tenía un innato talento para el arte del color y el pincel. Sin embargo, no fue la providencia divina la que reveló este don en el momento de su nacimiento, que con el tiempo se convertiría en una luz cautivadora en la creación de Dios. En cambio, este don artístico se desarrolló a lo largo del tiempo debido a una vocación juvenil sorprendente, estimulada por circunstancias familiares, históricas y sociales.
Estas circunstancias surgieron a raíz del matrimonio entre Enrique Morel y Teresa Tavárez, que tuvo lugar durante la época de Ulises Heureaux, también conocido como Lilís. Heureaux era una figura destacada bajo la protección del líder liberal Luperón, y su influencia en el sureste del país consolidó un liderazgo que, gracias a su habilidad política, lo llevó a la Presidencia de la nación en 1882. Este período marcó el comienzo de la primera dictadura de origen local, coincidiendo con el inicio de la modernización en la República Dominicana. Durante este tiempo, se estaban produciendo cambios estructurales en todos los ámbitos del país.
La modernización en la República Dominicana durante la etapa final del siglo XIX conllevó una serie de cambios significativos. Estos cambios incluyeron la introducción de la industria mecánica en los procesos de producción precapitalista. Se establecieron nuevos medios de comunicación, como el ferrocarril, el cable submarino, el telégrafo y el teléfono. También hubo un flujo de inmigración con implicaciones socioculturales. El aspecto más impactante de esta inmigración se relacionó con el proyecto educativo de Hostos, que abrazaba una visión positiva que abogaba por los avances del progreso. Este ideal, junto con las nociones de "orden" y "paz", se alineaba con un período de pacificación republicana encarnado por el gobernante Lilís.
El régimen de Lilís, caracterizado por la militarización, el centralismo personalista, el endeudamiento y la represión de la oposición, fue el sello distintivo de esta época. Fue durante este período histórico que nacieron los primeros hijos de Teresa Tavárez y Enrique Morel. Enrique Morel, involucrado en la importación de bienes europeos, no solo dominaba el idioma francés, sino que también tenía experiencia como maestro escolar. Dirigía una familia en la que el aprendizaje, así como las lecturas literarias e informativas del Viejo Continente, se convirtieron en partes integrales de la vida cotidiana.
El acto de tiranicidio que puso fin a la vida de Heureaux en Moca en 1899 marca el cambio político del siglo XIX al siglo XX. En ese momento, el país tenía aproximadamente 800,000 habitantes, y su territorio estaba delimitado por seis provincias (Santo Domingo, Azua, Seybo, Espaillat, La Vega y Santiago), cada una con un número igual de distritos (Barahona, San Pedro de Macorís, Puerto Plata, Montecristi, Samaná y Pacificador o San Francisco). Estos distritos estaban compuestos a su vez por una cantidad significativa de pueblos y cantones.
A pesar de la existencia de vías férreas que conectaban los pueblos del norte o estaban asociadas de manera privada a los ingenios del sur, estos dos principales sectores regionales (Norte y Sur) permanecían aislados debido a la falta de carreteras. Ambas regiones se caracterizaban por sistemas de producción distintos o diferenciados (campos de tabaco y fincas de caña de azúcar). Estos tipos de producción tipificaban la naturaleza agrícola de la sociedad, que todavía se encontraba en un estado semi rural.
Cuando Jorge Octavio, el sexto vástago de la unión de Morel Tavárez, nació en la noble ciudad de Santiago a comienzos del siglo XX, esta urbe aún estaba iluminada por lámparas de gas y carecía de un sistema de suministro de agua público. En ese tiempo, los medios de transporte comunes eran los animales de carga, un método característico en una comunidad que desempeñaba el papel de depósito para el tabaco regional y constituía el epicentro de la exportación de dicho producto.
En Santiago, coexistía una población campesina comerciante que mantenía una interacción cotidiana con diversos sectores sociales. Básicamente, este grupo estaba conformado por una élite de mercaderes, una pequeña pero atípica clase media y un estrato más bajo que proporcionaba la mano de obra requerida por el surgimiento de fábricas de cigarrillos y cigarros, en consonancia con el incipiente proceso de industrialización moderna.
Santiago funcionaba como un espacio de acogida tanto para inmigrantes locales como extranjeros, y las innovaciones que emergían perfilaban lo que se conoce como el estilo social victoriano. En términos espirituales, la ciudad ofrecía una gama de matices que escritores, músicos y pintores añadían al crecimiento de la educación y a las actividades recreativas, como el carnaval, los rituales religiosos tanto eclesiásticos como populares, así como las veladas organizadas por sociedades culturales. En ocasiones, estas veladas estaban marcadas por eventos patrióticos y también incluían festividades y desórdenes. Este último, inconstante y súbito, convirtió el orden dictatorial en una anarquía antagónica. En contraste, las festividades, en especial el característico baile "Perico Ripiao", consagraban folklóricamente la danza del merengue, un trío musical compuesto por acordeón, güira y tambora, aunque el nombre festivo también conllevaba connotaciones de carácter machista y sexual.
El 25 de octubre de 1906, nació Jorge Octavio, el sexto vástago de la familia Morel Tavárez. De manera afectuosa, lo llamaron Yoryi. Su nacimiento coincidió tres días después de la muerte de Paul Cézanne, el revolucionario pintor impresionista francés. Cézanne evolucionó hacia un estilo sólido, analítico y personal. Con el tiempo, se dio cuenta de su propio genio y se propuso entrar en contacto directo con la naturaleza. Este objetivo específico lo llevó a pintar numerosos paisajes en los alrededores de Aix.
Sin que Yoryi lo supiera, a una distancia geográfica, temporal y cultural considerable, algo similar estaba ocurriendo en el contexto antillano. Mientras el joven Yoryi llevaba su niñez sin sospechar aún su vocación artística, la situación en el país estaba marcada por el caciquismo y las luchas políticas. Los gobiernos cambiaban constantemente, la diplomacia estadounidense intervenía cada vez más y se vivían momentos críticos como el asesinato de Ramón Cáceres en 1911, quien había asumido la presidencia cinco años antes, en 1906. Es importante mencionar que en el mismo año de nacimiento de Yoryi, también nacieron el escritor Joaquín Balaguer y el músico Luis Alberti.
Durante la presidencia de Cáceres, se apoyó oficialmente la academia de formación artística dirigida por Abelardo Rodríguez Urdaneta (1870-1935), un maestro precursor que representaba los últimos vestigios de un arte neoclásico, realista y romántico al mismo tiempo. Este arte estaba fuertemente influenciado por fuentes nativas y un patriótico sentido alegórico. Abelardo Rodríguez Urdaneta produjo una obra titulada "Invocación", una crítica y denuncia de la opresión extranjera en 1916. Esta obra sería utilizada en un cartel masivo de campaña antiestadounidense en 1919.
Para entonces, el joven Yoryi Morel tenía 13 años. Mostraba un fuerte interés por la música y solía dibujar los perfiles de los grandes clásicos musicales que conocía. Además, editaba manualmente la revista "Wagner" en el patio de su casa familiar, donde tenía un refugio llamado "La Dicha". Este refugio también funcionaba como una especie de oficina o imprenta y está documentado con trazos elocuentes.
¿De dónde proviene la habilidad para el dibujo que Yoryi mostraba en su camino hacia la adolescencia? La respuesta reside en su entorno familiar. Tenía tíos que eran dibujantes, tanto de la parte materna como de la paterna. Apolinar y Enrique (Quico) eran dos de esos tíos que ya habían comenzado su camino como pintores. Además de recibir orientación del fotógrafo y pintor Tuto Báez, habían sido alumnos del influyente maestro pintor Juan Bautista Gómez (1870-1945). Gómez es una figura crucial en esta historia, ya que dejó una marca significativa en el desarrollo artístico de la familia. Hay tres aspectos clave asociados a Gómez: primero, estableció el primer taller de un artista local donde también exponía sus propias obras; segundo, fundó en 1920 la primera academia de formación artística en la que enseñaba escultura, fotografía y pintura; y tercero, su método de enseñanza al aire libre, que se centraba en el paisaje circundante, era una señal metodológica que seguían los pintores europeos pre-impresionistas como Theodore Rousseau y Camille Corot, así como impresionistas como Edouard Manet, Auguste Renoir, Claude Monet y Camille Pissarro.
Gómez, un artista dominicano que había regresado de Europa, era una fuente de inspiración para la familia Morel Tavárez. Revistas ilustradas llegaban desde el Viejo Continente a la casa de los Morel Tavárez, y Rafael Díaz Niese, un visitante frecuente, informaba sobre las novedades artísticas después de sus viajes al extranjero. Díaz Niese compartía particularmente información sobre los enfoques artísticos de su coetáneo, Quico Morel, quien solía llevar su caballete a las calles antes de ser influenciado por su padre para abandonar la pintura en favor de la medicina. Quico posteriormente estudió medicina en París, mientras que otros hermanos se preparaban para seguir carreras profesionales. Sin embargo, Yoryi eligió resistir ante la poderosa llamada del arte, adoptando estrategias para mantener su pasión artística intacta.
A pesar de las influencias provocadoras provenientes de la vida urbana y su entorno familiar, Yoryi Morel no se revela como pintor hasta después de haberse desarrollado en el ámbito de la música, especialmente en el violín. Este instrumento musical, en el cual era hábil intérprete, le permitió leer partituras y ejecutar diversas piezas. Se unió a un conjunto de cámara en un momento en el que muchos músicos cibaeños se destacaban, entre ellos Pancho García, Julio Alberto Hernández y Luis Alberti. Estos músicos tenían la disposición de transformar las tonadas propias del folklore en auténtica música nacional.
Esta etapa coincidía con la aparición de "Los Humildes" (1916) en la literatura dominicana, un enfoque que se reflejaba en el trabajo del poeta Federico Bermúdez. También se daba énfasis a "El Amor del Bohío" (1927), una obra del autor costumbrista Ramón Emilio Jiménez. En el ámbito pictórico, figuras como Ramón Mella y Jacinto Gimbernard representaban la imagen del característico "Concho Primo". Con su acordeón, machete al cinto, pipa en la boca, largo bigote y sombrero de paja, Concho Primo personificaba lo autóctono en contraposición a lo extranjero o foráneo. Asimismo, poetas que se sumaron al Manifiesto Postumista en 1921 rechazaron las corrientes artísticas europeas renacentistas, modernas y vanguardistas. En su lugar, abogaron por la creación artística autóctona, íntima y sincera, utilizando la interplay entre la luz y la sombra como un medio de expresión americano.
Este fue precisamente el período en el cual Pedro Henríquez Ureña defendió fervientemente la idea de la "Magna Patria", y la comunidad patriótica en las ciudades se movilizó para exigir la desocupación intervencionista. Esta demanda se unió a la resistencia armada de los grupos rebeldes, que luchaban por el derecho a la tierra común.
Después de que la ocupación directa de la infantería estadounidense llegara a su fin en 1924, Yoryi Morel cambió su violín por una paleta de colores y un pincel. Había tomado la firme decisión de ser pintor, a pesar de la oposición de su padre, quien tenía grandes expectativas de que siguiera una carrera profesional en farmacia. Aunque logró asegurar una promesa de obtener un título de bachiller en 1928, Jorge Octavio tenía sus metas claras. Parece que su madre y Teté, la hija mayor entre los ocho hermanos, estaban de acuerdo con su elección.
En este momento, el envejecido Horacio Vásquez era el último líder carismático con un apoyo popular significativo. Esto le permitió asumir la presidencia de un Estado Nacional que estaba bajo la influencia mediática del Gobierno de Estados Unidos y cuyas aduanas estaban controladas por recaudadores estadounidenses debido a préstamos y a la debilidad de varios gobernantes anteriores, como Heureaux, Morales Languasco, Ramón Cáceres y Vásquez. Durante el mandato de Vásquez, se llevó a cabo la Feria Nacional de 1927, organizada por la Cámara de Comercio de Santiago, donde Yoryi presentó por primera vez una de sus pinturas: "El Toñé la Leba", justo en la fecha mencionada.
En la década de 1920, en particular hacia el final de esa década, se pueden ver numerosas obras que revelan a un artista emergente. Este artista diversificaba sus medios expresivos y temas con una voz independiente, más allá de influencias y conexiones. Desde una edad temprana, su habilidad en el dibujo se hizo evidente al crear estampas y caricaturas. Con estas últimas, se sumó a una tradición de autores destacados que le precedieron, como Mella, Capito Mendoza, Gimbernard y Tuto Báez. Yoryi demostró un vuelo imaginativo similar, una temporalidad y singularidad en su enfoque deformador, además de gracia y un estilo moderno distintivo. Además, demostró destreza en el grabado en linóleo, posiblemente adquirida en su taller "La Dicha". Aunque su formación en esa técnica se puede asociar con publicaciones urbanas de su juventud, es poco conocida su producción en grabado.
La mayor parte de los grabados de Yoryi es desconocida, ya que su producción en óleo es más destacada y variada en estilo y tema, especialmente para la época de 1930. Cuadros notables como "El Taller del Carpintero" (1922), "El Toñé" (1927), "El Colorao Secundino Rodríguez" (1927), "Desnudo de la Antorcha" (aprox. 1930) y "Pareja de Campesinos" (1927) destacan por la perspectiva única de un joven pintor. Cada obra es ejecutada con confianza técnica y anuncia su brillante manejo de la luz característica de las regiones insulares y cibaeñas.
Con una sensibilidad artística precoz, Yoryi Morel demuestra una continua exploración de sus experiencias juveniles como pintor, plasmándolas en sus propias palabras en su diario. Estas vivencias, en su mayoría centradas en el paisaje dominicano, especialmente en las áreas rurales y alejadas de los poblados nativos, quedaron inmortalizadas en su entrada del 2 de octubre de 1930. En ese día, bajo un sol radiante, buscaba inspiración para un cuadro, una imagen de la naturaleza. El cielo se teñía de un intenso azul, mientras en el horizonte, nubes blancas y violáceas arrojaban sus sueños sobre las montañas. Desde lo profundo, el sol derramaba su luz sobre las cimas de los barrancos. El paisaje se revelaba maravilloso y casi irreal. En su escritura, Yoryi expresó su admiración y gratitud al Creador por tanta belleza.
Este fragmento fue registrado en su diario cuando Yoryi tenía 24 años. Describía el escenario de un día de exploración y trabajo artístico, acompañado de un asistente que llevaba consigo su equipo de pintura. Las obras que creaba a lo largo de largas jornadas sin límite de tiempo conformaban una colección personal, una especie de tesoro doméstico que en su día fue admirado por el periodista Juan Bautista Lamarche del Listín Diario. Lamarche, al ver las obras, sintió un entusiasmo genuino y escribió una reseña titulada "En el Estudio de Yoryi Morel" (16 de agosto de 1932), donde describe algunas de las obras y ofrece el siguiente comentario: "En sus óleos y paisajes, se percibe su don psicológico de observación y su poderoso realismo, por encima de las convenciones técnicas, creando así su propia estética (...). Este Yoryi es incansable. Posee un alma múltiple. Sus ojos siempre están ávidos de belleza. Sus manos poseen una habilidad mágica que les permite crear. Su amor por el arte es infinito. Vive en la capilla Sixtina de su retiro voluntario, entre seres y objetos forjados por su imaginación ardiente, observando el mundo exterior sin lanzarse de lleno, porque todo artista es un contemplativo, un platónico, un inconformista y un rebelde./ En su rincón acogedor trabaja en silencio (...), vive en relativo anonimato en su encantadora casa romántica, pintando, soñando y creando como un devoto benedictino, hasta que la gloria llegue..."
El artículo de Lamarche, con sus elogios en relación al artista y su obra, resonó en las filas de las militantes feministas que conformaban el Club Nosotras. Este club proporcionó el escenario para una importante exposición individual que comenzó a propagar el discurso visual de Yoryi Morel. Esta exposición marcó un antes y un después en la historia de la pintura dominicana debido a su dominicanidad y modernidad. Fue una exhibición que reveló una "fuerza interior poderosa" y una "seguridad formidable" emanando de la mano hábil de un joven pero maduro maestro. Estas revelaciones permitieron al poeta Tomás Hernández Franco, quien presentó la muestra con dedicación y perspicacia, hacer varias afirmaciones significativas.
Una de ellas fue que Yoryi no era una promesa. Yoryi era un pintor, con toda la connotación categórica y elevada que esa palabra implica. Otra afirmación destacó la ausencia de mentores en el desarrollo de Yoryi: La falta de influencias de maestros, su inmersión en la creación artística "hecha", su dedicación constante al paisaje propio; todas estas circunstancias habían contribuido a la consolidación de su personalidad artística. Esta personalidad, debido a las circunstancias tutelares, se nutrió de la riqueza del patrimonio vernáculo. La tercera revelación se relacionó con la solución que Yoryi encontró para el desafío tropical en la pintura: había resuelto la problemática del trópico, el nuestro, que había sido injustamente tildado de imposible de pintar. Había logrado capturar la luminosidad y la amplitud del trópico, a veces brutal y reverberante, pero que reside por encima de las convenciones académicas y más cerca del cielo. Los paisajes y los personajes tratados por Yoryi no podrían pertenecer a ninguna otra parte, no podrían encajar bajo ningún otro cielo. Con su pintura y todo lo que había logrado, la República Dominicana recibía una merecida aceptación en el destacado mapa del arte.
El discurso de presentación de la exhibición, pronunciado por el culto escritor Hernández Franco, fue un acto de ponderación y una proclamación escuchada por una audiencia selecta. Entre los presentes se encontraban figuras notables como Pedro Henríquez Ureña, Fabio Fiallo, Federico Henríquez y Carvajal, César Tolentino, Gabriel del Orbe, Horacio Blanco Fombona, Aída Ibarra, Abigail Mejía, Celeste Woss y Gil, Delia Weber y Mercedes Laura Aguiar, además de diplomáticos, otros funcionarios estatales y periodistas. Hernández Franco había vivido en Europa, donde entró en contacto con el arte moderno y vanguardista, especialmente durante su estadía en París. Debido a esta experiencia, su voz tenía autoridad al comentar sobre el discurso pictórico de Yoryi Morel. En referencia a la obra de Yoryi, Hernández Franco señaló: "Aquí están estos cuadros, y todo el ambiente que los rodea se ha trasladado con ellos, ya que superan definitivamente el interés de su propia narrativa para convertirse en pura arte".
A raíz de estas y otras exposiciones de reconocimiento, Yoryi Morel se introduce en la conciencia pública y su obra empieza a ser apreciada y coleccionada. Esto coincide con el surgimiento incipiente del coleccionismo en el país, que tenía la intención de respaldar valores culturales nacionales intangibles y conservar obras patrimoniales, o más bien adquirirlas con el propósito de disfrutarlas de manera contemplativa.
A pesar de ello, todavía prevalecía con gran atractivo el retrato fotográfico tradicional en el gusto de las familias criollas, siendo esta imagen la preferida para ser exhibida en un lugar destacado de los hogares. Además de los propios pintores que cuidaban sus creaciones, apenas se conocían coleccionistas privados. Sin embargo, hacia la década de 1930, comenzó a tomar forma el coleccionismo oficial, respaldado por el Estado, gracias a los esfuerzos de Abigail Mejía. Ella abogaba por la creación de un Museo Nacional, que finalmente se estableció mediante una ley en 1927. En 1933, Abigail Mejía asumió la dirección del museo y abrió la Sala de Arte Moderno el 10 de diciembre de ese año. Esta sala albergaba obras que habían sido adquiridas o donadas.
En el período de 1933 a 1941, comenzaron a acumularse obras de los principales precursores del arte nacional, como Luis Desangles, García Obregón, García Godoy, Leopoldo Navarro, Rodríguez Urdaneta, así como de artistas más modernos como Celeste Woss y Gil, Jaime Colson, Darío Suro y Yoryi Morel.
Yoryi Morel se destaca como el precursor en la captura de la esencia del paisaje dominicano, que inspira a narradores como Juan Bosch en su obra "Camino Real" (1934). Cada uno se enfoca en sus respectivas formas de expresión: el autor vegano presenta vívidas descripciones contextuales de la vida rural, con sus dramas y las voces del campesinado; mientras que el pintor santiaguense plantea un mundo rural en constante evolución a través de su paleta de colores, donde los protagonistas son igualmente antillanos y cibaeños.
La colección de Yoryi Morel en el Museo Bellapart se caracteriza principalmente por sus representaciones del paisaje. Se puede observar que a través de estas obras es posible recorrer virtualmente el país, desde el corazón mismo del Cibao hasta la costa. El viaje imaginario se encuentra documentado de manera variada, desde un conjunto simétrico de árboles fechado en 1927 hasta una imagen de 1977 donde una "casita de campo" parece abrazada por las laderas, siendo pequeña en comparación con su grandioso entorno.
La vivienda se convierte en un símbolo recurrente en el paisaje yoryiano, y su diversidad tipológica se comunica a través de diversos ambientes: desde la arboleda que se erige, hasta la llanura que sirve de cama, la majestuosa cordillera, el cambiante cielo, la vibrante lluvia, las corrientes de agua y el florecimiento del flamboyán. La sombra huye de la omnipresente luz hasta llegar al mar, todo reproducido con una mirada madura.
Frente a la maravilla del paisaje que Yoryi busca, encuentra, penetra y plasma, él mismo se asombra y no puede evitar repetir la exclamación que anota en su diario: ¡Loado sea el gran Creador! Ante su obra, sentimos la profunda inquietud de no poder hacer del arte otra cosa más que intentar imitarlo de manera aproximada.
La mirada visual de Yoryi Morel se enfoca en atrapar la luz, lo cual es un enfoque que podría describirse como un pequeño tratado en sí mismo. No importa si su lenguaje artístico sigue un instinto libre y naturalista, si se ajusta a un realismo lírico, si se acentúa como un expresionismo particular o si su libertad interpretativa le lleva a esbozar con colores puros, su enfoque se relaciona con un impresionismo antillano distante del estilo de los impresionistas clásicos de Francia. La luz característica de la isla, intrínseca y propia, refleja el "Trópico Interno" mencionado por el gran Poeta Nacional Franklin Mieses Burgos. Él habla de "los pulmones rojos de los veranos", "el sueño entre las nubes", "el perfume contra la furia del viento", "los espejos líquidos donde naufraga el cielo" y "todo lo que resalta la claridad exterior"... todo para expresar, a través de sus versos, que la luz es la única culpable de toda esta locura; porque solo la luz es la que muestra, la que revela el signo de lo propio...
Cualquier intento intelectual de describir el discurso visual de Yoryi Morel resulta inútil. Del mismo modo en que no podemos inventar una corriente en relación con los resplandores tropicales, es más adecuado hablar de la "escuela de lalú", término acuñado por la teórica Ada Balcácer cuando explora este fenómeno a través de las obras de Morel. Un ejemplo es "A la Fiesta" (óleo de 1948), una de las obras maestras del pintor que forma parte de la colección del Museo Bellapart. Aquí, descubrir dicciones (distinciones) es complicado debido al ritmo dialéctico entre la luminosidad y su opuesto. Es relevante recordar que el propio pintor consideraba que su mejor período artístico era la década de 1940.
La colección del Museo Bellapart contiene numerosas pinturas de este período, incluida una joven vendedora con una canasta en la cabeza de 1941 y magníficos retratos. Entre estos se destacan el retrato de la Mujer de Larga Cabellera de 1948 y el de Rafael Díaz Niese. En el primero, se aprecia una plasticidad que, si no fuera por la expresión lírica y la pincelada no académica, podría clasificarse como neoclasicista. En el caso del retrato de Díaz Niese, lo excepcional radica en que, en comparación con otros retratos realizados por maestros destacados, el de Yoryi logra capturar un resplandor espiritual que transmite la ternura de un hombre a quien conoció y escuchó con frecuencia en su hogar.
Si consideramos el conjunto de las representaciones visuales creadas por Yoryi Morel a lo largo de su vida, es evidente que abarca una amplia y diversa gama de obras. La colección presente en el Museo Bellapart permite explorar un recorrido exhaustivo de su vida, caracterizado por diferentes etapas, enfoques lingüísticos y temas. Tanto la naturaleza muerta, como los cuadros de flores, y el folclore reciben un tratamiento honesto y una interpretación libre que rechaza la etiqueta de costumbrista que a menudo se le atribuye a su discurso en su conjunto.
Sí, es cierto que Yoryi Morel fue el primero en dirigirse al ámbito de lo vernáculo y en capturar las típicas costumbres dominicanas, algo que no habían abordado los pintores anteriores. Lo hizo con el clamor, la internalización y la lírica de su estilo rico en color y luminosidad. Sus obras representan las costumbres de su época, así como su visión del paisaje que, aunque hoy carece de las condiciones bucólicas y paradisíacas, aún conserva la eterna presencia del sol.
Tanto las costumbres como el paisaje que Yoryi Morel plasmó en su obra fueron, de cierta manera, la expresión visual del nacionalismo cultural que también se reflejó en la música, la narrativa y la poesía de la época. Aunque este nacionalismo coincidió con el trujillismo en algunos aspectos debido a las relaciones históricas, no encapsula las esencias fundamentales de la dominicanidad, que son más bien de naturaleza espiritual y arraigada en el ethos y la idiosincrasia colectiva. Yoryi Morel capturó estas esencias repetidamente en sus obras, convirtiéndose en un destacado exponente de esa dominicanidad reconocible y que aún celebramos cien años después de su nacimiento, una figura ungida por la gracia de la luz que rápidamente asimiló y que seguirá irradiando sus luminosos destellos de manera eterna.